El ambiente en el que Alberto Estrella creció fue muy religioso. No sólo recibió su educación básica en un colegio salesiano, sino que entre su familia contó incluso con un tío sacerdote. Pero nada de eso le ha impedido que, ya de adulto, cuestione a la Iglesia.
“Sé bien cómo se manejan (en las instituciones religiosas) porque mi tío sacerdote me dio la oportunidad de conocer las entrañas del mundo eclesiástico, vi cosas maravillosas, pero también otras terribles, entonces sí tengo un parámetro claro de cómo se juega con la fe”, dice.
Los contrastes que presenció en el núcleo del catolicismo, confiesa, le hicieron crecer con cierto recelo y desapego, algo que ha intentado cambiar con el tiempo: “Sí tenía un fuerte rechazo por la Iglesia, y no es que me haya reivindicado con ella, pero sí quise hacer las paces con la fe”, remarca.
El actor puso esto a prueba en la la obra Réquiem, que presenta en el Foro Shakespeare, incluida esta Semana Santa. En ella, da vida a un padre llamado Michael Banks, que debate con una abogada (Emma Solís, interpretada por Mónica Huarte) sobre si defender o no la vida de un niño de 11 años, que está a punto de ser ejecutado en Texas por haber cometido un delito grave.
Como maestro de actuación que es, Estrella asegura que buscó aproximarse a lo que piensa un religioso más allá de sus prejuicios, por lo que lo hizo de una manera peculiar: fingiendo ser alguien que no es.
“Hablé con dos sacerdotes, pero hice trampa: fui a confesarme y les empecé a decir cosas que no eran ciertas para ver qué me decían. Les hablé de ‘mis hijos’, de cómo podía ponerles límites, cómo hablarles de Dios porque estaban rebeldes”, cuenta el actor de 61 años, quien nunca ha sido papá.
“Uno fue un sacerdote muy inteligente y sensible, pero me tocó otro muy radical, que me decía que lo que pensaba era del demonio; entonces eso me permitió permear qué quería y qué no mostrar a la gente. Comprender qué tipo de sacerdote quería proyectar, uno que no alejara a las personas de la fe”, detalla Estrella.
Aboga por la empatía
De esa experiencia, Alberto asegura que pudo percibir la importancia de las palabras dichas por un religioso, en especial por el peso que tienen en la vida de los otros.
“Me he preguntado, ¿yo abogaría por salvar a alguien? ¿Qué tal si uno está intercediendo por alguien que sí es culpable? Si fuera necesario salvar un árbol o el teatro lo haría, pero en la parte humana es un compromiso enorme ir a abogar por alguien, decir ‘lo salvo o no lo salvo’”, reflexiona.
Para Mónica Huarte, no es tan sencillo ponerse de parte de alguno de los dos lados de la obra, porque considera que la justicia divina, muchas veces en manos del hombre, se ha malinterpretado; así como la justicia del hombre tiene muchos huecos que permiten malos manejos por intereses aparte.
Ambos coinciden en que no hay un desenlace obvio en esta historia, pues dejan al espectador la tarea de decidir en cuál de los dos protagonistas creer. Pero sí creen que las personas deben priorizar la empatía, sin importar las creencias.
“Siempre he pensado que enseñar a no matar matando es una aberración, porque eso no es justicia, es venganza. Pero esta obra no se trata de decirle a la gente qué creer, o si existe o no un Dios, porque muchas veces ajustamos la fe a como nos conviene o tenemos una justicia de chicle”, considera el actor.